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El topónimo Belsedere, donde hoy hay una granja agrícola, parece tener su origen en las formas de una mujer noble, muy hermosa, que disfrutaba haciendo que todos los jóvenes de la zona se enamoraran sin darles el gusto nunca. Para hacerle pagar por esta actitud, se involucró un hechicero que sacó a la luz grandes y suaves madejas de lana dorada y plateada que colgaban de las ramas del melocotonero de su jardín. Inmediatamente, la mujer las hizo transformar en un vestido, que exhibió durante una fiesta del pueblo, en la iglesia. Obviamente, ya nadie mira al sacerdote o al altar: no había más ojos que para ella, graciosa doncella vestida de oro y plata. Pero entonces ocurrió lo inesperado: la magia tuvo lugar, y el vestido, como por arte de magia, desapareció, dejando a la pobre chica completamente desnuda. Pero ese hechizo no hizo más que poner aun más en evidencia las gracias de la mujer que, en ese punto, se convirtió para todos “Belsedere”, como el lugar que habitaba.