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Mientras Sant’Agnese estaba en el convento de Montepulciano, una terrible enfermedad estaba minando su cuerpo. En una búsqueda desesperada de un remedio, se supo que una enfermedad similar se había curado con agua de los manantiales de las afueras de Chianciano. La santa, que se fue con fray Meo, un oblato devoto de ella, fue a Chianciano a bañarse en el saludable manantial. Tan pronto como entró en el agua, una lluvia de maná bajó del cielo, cubriendo ese lugar, tanto que los que pasaban por allí pensaron que era nieve, incrédulos, ya que era verano. Cuando Agnese se levantó del baño, los presentes notaron que, de donde había estado su cuerpo, había brotado un nuevo y rico manantial. Muchos enfermos, inmersos en esa agua, recuperaron inmediatamente su salud. Esa misma agua, llevada a muchos enfermos que no podían moverse, los curó. El hecho se hizo sorprendente, y desde ese día ese baño se llamó Sant’Agnese. Incluso hoy en día el milagro es recordado en Chianciano, donde la Santa es particularmente venerada.